Rosa Regàs, en un artículo de opinión aparecido en El Periódico de Aragón de fecha 10-10-2004 (ver artículo completo) , a propósito del suicidio de un joven de 14 años, comenzaba escribiendo lo siguiente:
“La noticia de que el pasado 21 de septiembre se suicidó un adolescente de 14 años en Hondarribia es de por sí escalofriante. Pero lo es más aún cuando se conocen los motivos que lo han llevado a quitarse la vida: la supuesta presión y marginación de que ha sido objeto por parte de los compañeros de instituto. “¡Ya se sabía!” Esta frase escrita en las tarjetas que acompañaban los ramos de flores amontonados ante el muro desde el que se había lanzado ratificaba el calvario en el que había vivido Jokin. La habían escrito algunos de sus compañeros que debían conocer la tragedia que se cernía sobre su amigo, pero que como él callaron amedrentados por la prepotencia y el poder de los ocho muchachos acusados…”
Y terminaba con una serie de afirmaciones que pueden servirnos de punto de partida para reflexionar, estemos o no de acuerdo con ellas, sobre la situación de la educación en nuestros hogares, en nuestras aulas o en nuestra sociedad:
“… Un niño hoy es el rey absoluto del hogar haga lo que haga, rompa lo que rompa, chille lo que chille, y a medida que va creciendo aumenta su prepotencia cada vez más convencido de que no hay límite para sus caprichos. El niño así se convierte en un adolescente adusto y maleducado en familia y matón y maleducado en la escuela. Se dice que estos niños reciben poca atención de la familia y tienen lazos afectivos débiles; y se ha dicho también que no han sido educados en valores morales sólidos. Lo que se ha perdido, creo yo, es la conciencia de padres y educadores de que la educación y la formación consisten en enseñar al niño a que poco a poco forme su criterio sobre las cosas, vaya elaborando respeto por los demás, y adquiera conocimiento de lo que es la libertad que irá practicando más y más a medida que crezca. Sin embargo el reinado de un niño que ha crecido rodeado de todos los caprichos que sus padres se pueden y no se pueden permitir, no es un reinado feliz, sino un reinado en el que el niño al que nada le sacia y sólo ejerce el poder que ha adquirido desde la cuna. Frente a él y a su voluntad ni padres ni maestros osan oponerse.
Esta situación los padres se enfrentan a los maestros acusándolos de débiles y los maestros no tienen respuesta porque bastante tienen con soportar las gamberradas de estos matones imparables que crean en su entorno un grupo de adictos cuyo silencio exigen ante los actos de salvajismo. De ahí que la violencia a la que se dedican como grupo haya alcanzado en ciertas escuelas unos límites absolutamente inquietantes. Mofas, burlas, palizas, a veces no compartidas, son sistemáticamente ocultadas y silenciadas de tal forma que la violencia no hace sino crecer y la lucha contra ella se demuestra imposible.
¿Por qué callan los demás niños? Primero, nadie les ha enseñado que el silencio es cómplice, es decir, que el que calla ante una agresión es coautor de la misma; segundo, los chicos tienen miedo a pasar por chivatos y sufrir las represalias del grupo, y tercero, viven en un mundo en el que un niño, un muchacho que no sea un “machote” es digno de las mayores burlas y afrentas. ¿No es acaso así el mundo de los mayores y del que ven en la televisión? Es de “niñas”, les vienen a decir unos y otros, no resistir, no solidarizarse con el culpable, no aguantar los posibles golpes de remordimiento y emoción que puedan provocarle las torturas al débil de la clase.
Los padres, que tan poco atentos están al comportamiento violento de sus hijos achacándolo a “cosas de la adolescencia” que siempre han ocurrido y siempre ocurrirán, no saben que un adolescente violento será una persona violenta, y un adolescente incapaz de denunciar tampoco sabrá hacerlo cuando sea mayor. Es más, el adolescente que ha sido vejado y torturado, o bien se retira del ruedo porque no lo puede resistir y se suicida –hay muchas formas de suicidio– o se convierte a su vez en un torturador violento.”
> CREAR MATONES Y CÓMPLICES
Soy de antofagasta, creci en un estado represivo por imposición, creo que los padres nos relajamos en muchas cosas y situaciones de nuestros hijos para evitarnos tener una carga diaria más, pienso que enseñandoles a nuestros niños que la vida no es sentarse y esperar si no salir, enfrentar, buscar trabajar par obtener las cosas serían diferentes, tenemos niños tremendamente agresivos, por que no les damos enseñanzas de vidas, les fomentamos cada cosa que se les ocurre, por lo que estamos muy mal, nuestros hijos, siendo y viviendo de esta manera solo reflejan nuestras tremendas carencias.
Permitimos que estudiantes falten el respeto a los profesores, haciendo montajes, y como broche de oro la televisión indica mostrando cada día dichas actitudes como si fuera una forma correcta de actuar frente a cualquier situación que a los niños moleste. Error, somos nosotros los adultos quienes tenemos que trabajar para evitar crear seres agresivos, el niño dañado, demostrara superioridad ante sus compañeros de la forma que sea, y generalmente se hará acompañar por otros pequeños matones en formación.
Enseño y educo a mis dos hijos sola y de la mejor manera posible creo que me equivoco aveces, pero trato siempre de enseñar el respeto hacia las persona, pero tambien les enseño hacerce respetar, es importante estar al pendiente de los cambios en nuestros niños es alli cuando se delata el problema, ojalas pudieramos proteger a nuestros niños siempre pero la vida nos dicta que no es así, sobrevivencia es lo que hay que enseñar, si enseñamos a nuestros niños a callar, fomentamos el matonaje, pido a Dios que a mis niños no les toque vivir esa experiencia nunca, por que estoy segura se me terminaría la cordura y defendería la vida o muerte de mis hijos, gracias buena suerte, adios.