Todos hemos visto películas americanas, donde los padres leen a los niños cada noche antes de dormir. No sé qué habrá ocurrido con vosotros, pero a mí nadie me leía para irme a dormir (tras la larguísima jornada laboral de aquellos tiempos, estaba mi padre como para ponerse a leerme a mí y a mis hermanos).
Sin embargo, lo que si me inculcaron desde muy pequeño fue la pasión por la lectura. No sé si con el tino adecuado en la selección de títulos, pero desde los cinco años empezaron a regalarme libros de los de letras (los otros eran los de dibujos) que empezaron a apasionarme. Mi primer libro fue una edición infantil de David Copperfield, de la legendaria colección Historias Selección de la ya desaparecida Editorial Bruguera. El segundo fue un extraño libro llamado “Cien figuras españolas” donde se relataba brevemente (dos páginas por personaje) la biografía de este grupo de figuras históricas. A partir de ahí me apasionó el mundo le lectura de cuentos cortos y contenidos clásicos de toda la vida.
Sinceramente… hubiera dado igual en esos tiempos que me hubieran regalado la guía telefónica. Mi mente estaba ávida de practicar la mecánica de la lectura. Me leía los carteles que veía en la calle, los titulares de los periódicos, los manuales de la lavadora, hasta un manual de mecánica del automóvil de mi tío, que se estaba sacando el carnet de primera.
Y es que en ese momento la mecánica de la lectura era para mí mucho más importante e intrigante que la temática que trataban esos escritos. Obviamente, esas historias de Charles Dickens, Mark Twain y Emilio Salgari empezaron a cautivarme poco a poco, hasta que para mí fue imposible dormir sin antes haber leído un buen trozo de aquellos libros.
Mi primera experiencia con el mundo educativo anglosajón fue al enrolar a nuestra hija mayor en una escuela británica de Yakarta (Indonesia). Ella tenía 5 años, y los niños de su clase no sabían leer aún, ni nadie pretendía enseñarles aún. Sin embargo, les animaban a seleccionar un libro distinto cada día, y que se lo llevaran a casa, para que los padres se los leyéramos. Según explicaban, sólo hay un modo de saber escribir y hablar bien: leer un montón, y leer un montón desde antes de saber leer (aunque sea a través de tus padres). Al día siguiente, les pedía a los niños que contaran en clase, con sus palabras, lo que habían leído. ¡Qué gente! No solo les obligaban a leer, sino que también les obligaban a hablar en público a niños de 5 años. ¡Qué maravilla!
Siempre me pareció muy intrigante esta idea. Leer para aprender a hablar bien. Leer para aprender a dominar tu idioma materno. Aprender a hablar en público y defender tus ideas desde bien pequeño. Interesante.
La lectura y su importancia
Es muy importante leer,espero que esto lo vea mucha gente;y que se afición a leer.